El carisma no se hereda




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Lunes 11 de febrero 2013


EL CARISMA NO SE HEREDA

Por Hernán Maldonado

En aquellos años los universitarios eran los más tenaces opositores al gobierno del general René Barrientos Ortuño, el líder populista que murió al estrellarse su helicóptero al culminar uno de los constantes viajes que acostumbraba realizar por la geografía boliviana.

Los campesinos ciertamente lo amaban, especialmente en los valles, porque no había fin de semana en que no estuviera con ellos. Los visitaba en sus caseríos, pueblos y villas humildes, compartía sus comidas y bebidas y era un incansable dicharachero y bailador.

Por si fuera poco, les hablaba en su mismo idioma porque era un consumado quechuista. ¡Ah! Y les regalaba dinero. Entregaba un chorro de agua y el villorio feliz de contar por primera vez con un “sistema de agua potable”. Regalaba pelotas y uniformes para el fomento deportivo.

En otras ocasiones obsequiaba botiquines como servicio de salud pública o inauguraba una pequeña usina para dotar de servicio de electricidad al pueblo. En las ciudades era donde no caía simpático. Se lo veía como un demagogo y además se le criticaba porque nunca rendía cuentas sobre quién le proporcionaba los fondos que repartía dadivosamente.

Un día llamó a los dirigentes de la Universidad Mayor de San Andrés, que más lo adversaban con manifestaciones callejeras. Hubo varias versiones de lo ocurrido durante ese encuentro en Palacio, pero lo cierto es que los jóvenes rebeldes salieron de la cita a altas horas de la noche… dando vivas a Barrientos.

Y es que al militar no le temblaba la mano cuando daba órdenes de tirar a matar, como lo comprobaron los mineros aquella aciaga Noche de San Jua, o la guerrilla comandada por el Che Guevara, pero era capaz de conmoverse hasta las lágrimas ante un desvalido. En su casa convivían unos 50 niños huérfanos recogidos en sus giras.

Unos días antes de su muerte en las principales ciudades, aprovechando el próximo 1 de Mayo, se preparaban multitudinarias manifestaciones de repudio, más todavía al trascender que Barrientos iba a declararse abiertamente dictador para acabar de una buena vez con sus adversarios.

Sin embargo el 27 de abril de 1969 el helicóptero que lo trasladaba desde la población de Arque, donde habló en quechua a una multitud enfervorizada, se estrelló a poco de despegar y murió calcinado.

El “dictador”, el “masacrador de mineros”, el “asesino del Che”, se convirtió inmediatamente en el “general del pueblo”. Su sepelio fue una de las manifestaciones de dolor jamás vistas en Bolivia. Hoy, a 44 años de su muerte, todavía su tumba en Cochabamba se llena de flores diariamente.

Algunos de sus seguidores quisieron mantener el barrientismo en pie, Fracasaron rotundamente. El carisma no se hereda. Ni siquiera pudo sobrevivir el partido político que fundó, el Movimiento Popular Cristiano, que dominaba cuantitativamente el parlamento nacional.

Con alguna que otra variante, me atrevo a asegurar que lo mismo ocurrirá en Venezuela cuando desaparezca Hugo Chávez. Ahora mismo, los que se esfuerzan por ser sus sucesores, Nicolás Maduro y Diosdado Cabello, fracasan rotundamente cuando tratan de imitar al caudillo enfermo en sus proclamas, sus chistes, sus cánticos, sus amenazas y hasta en la vestimenta. Amanecerá y veremos.