El último que apague la luz




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Domingo 23 de agosto del 2009


EL ULTIMO QUE APAGUE LA LUZ

Por Hernán Maldonado

No hace mucho, agobiado por los problemas internos causados por su demagogia rampante, el petrodictador Hugo Chávez dijo que los descontentos con su "revolución bolivariana" tenían las puertas abiertas para irse. Miles le tomaron la palabra. Son esos venezolanos que uno los encuentra ahora en las principales capitales del mundo, con papeles o sin ellos.

Venezuela, desde el derrocamiento de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez en 1958, era el refugio de exiliados de las dictaduras de izquierda y derecha del mundo. Por más de 50 años era raro ver venezolanos emigrantes en las capitales latinoamericanas. Ni siquiera de turistas, porque los venezolanos pudientes preferian Miami para sus vacaciones.

Eso cambió un poco en los años 70 cuando gracias a la bonanza petrolera el presidente Carlos Andrés Pérez envió a una docena de países, especialmente de Norteamérica y Europa a unos 50.000 jóvenes a especializarse en las diversas disciplinas del conocimiento humano. Más importante que la primera nacionalización petrolera, ese fue el legado que le dejó a su país el mandatario populista.

Ese colosal enriquecimiento profesional del país fue echado al tacho de la basura por Chávez cuando despidió groseramente el 2002 a miles de ingenieros, geólogos, administradores, técnicos que mantenían en el cuarto lugar del mundo a PDVSA, la próspera industria petrolera, motor del progreso venezolano. Su delito: Oponerse a su desgobierno.

Cuando los médicos objetaron sus políticas asistencialistas y cortoplacistas, Chávez importó 20.000 médicos cubanos, con una preparación inferior a la de los nacionales, al punto que se dieron centenares de casos de mala praxis. Como para humillar a los profesionales locales, Chávez les pagaba altos sueldos.

Difícil cuantificar el éxodo. Y no sólo se han ido los venezolanos, sino también decenas de cubanos, atraidos por una tentadora oferta estadounidense de legalizarle sus papeles y revalidarles sus títulos. España es el otro país que acoge con los brazos abiertos a los médicos, principalmente a especialistas.

La gravedad de la situación fue mostrada por el propio Chávez en uno de sus recientes "Alo Presidente", alocución dominical en la que se infiltró quizás inadvertidamente una mujer para denunciar que en ningún hospital estatal al que acudió se le pudo atender por falta de médicos. Unas semanas antes la opinión pública quedó impresionada con imágenes de televisión que mostraban a una joven mujer siendo atendida en la calle, a las puertas de un nosocomio que cerró sus puertas porque no hay cupo para más parturientas.

El hospital Concepción Palacios era orgullo de las venezolanas por ser el primer centro de la capital del país en el que nacian sus hijos. En los últimos tiempos dejaron de funcionar pabellones de cirugia por falta de equipos, se dieron casos de dos parturientas por cama, hasta llegar a la triste realidad de hoy en que se tienen que cerrar las puertas porque no hay cupo. A su historial reciente se suma la muerte de seis bebés el 2008 porque aquella noche había un solo pediatra de guardia en todo el hospital.

Esta la otra gran tragedia de la hora actual venezolana. Ese capital humano dificilmente volverá. En los años 70 cuando cientos de uruguayos se iban de su país acosados por la dictadura derechista, alguien desplegó una tela por la borda del barco que los llevaba a Australia: "El último que apague la luz". Hoy se repite la historia con quienes huyen de una dictadura izquierdista que, como aquella, enarbola la razón en la punta de una ametralladora.