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Miércoles 15 de diciembre de 1999


NUESTRO SERVICIO EXTERIOR

Por Hernán Maldonado


Miami - Edwin Jiménez es un joven economista boliviano que se ha dedicado con éxito al comercio exterior y aunque todavía le falta un trecho largo para llegar a los 40 años, ya puede entrar a cualquier hotel del mundo sin preocuparse por el precio de las habitaciones.

Como domina varios idiomas, entre ellos el ruso con fluidez, nuestra embajada en Moscú lo invitaba cada vez que necesitaba un traductor. Edwin allí comprobó el desperdicio de recursos materiales.

La embajada ocupa un solar de 1,000 metros cuadrados. En el edificio de dos plantas, la parte superior que sirve de residencia al embajador tiene 400 metros cuadrados y abajo el amplio espacio es para las oficinas en las que trabajan sólo cuatro personas.

¡Ni Japón se da el lujo de semejante residencia!

¿Y cuál es pues nuestro intercambio comercial con Rusia?

Jiménez a principios de 1999 midió sus potencialidades, repasó el amplio círculo en el que se desenvuelve internacionalmente y se trasladó optimista a La Paz, después de 10 años de ausencia. Allí habló con el viceministro de Comercio Exterior, Adhemar Guzmán, y se ofreció para ser el Agregado Comercial de Bolivia en Rusia "ad honorem".

Guzmán no le dijo ni que sí ni que no, pero después Jiménez se enteró que lo que Guzmán no se atrevió a decirle es que ese cargo estaba reservado para un hombre del MIR.

"Yo no sabía que había que ser de algún partido para trabajar por el país en el exterior", me dijo. "Y yo no iba a cobrar ni un centavo", agregó el próspero compatriota. Lo consolé diciéndole que se había ido muy joven de Bolivia y quizás por eso no recordaba como funcionan ciertas cosas.

No era el primero en decepcionarse de nuestro servicio exterior. Me ocurrió recién llegado a Venezuela, allá por los años 70. Necesitaba unas legalizaciones y acudí al consulado de Bolivia, situado en la parte posterior, o transtienda, de una empresa vendedora de autos en la avenida Francisco de Miranda.

El cónsul era un español apellidado García Tuñon y en sus oficinas lo único boliviano era una desteñida banderita tricolor sobre una montaña de papeles en un escritorio donde se apilaban repuestos, facturas, recibos y otros documentos sobre ventas de autos, que era el negocio al que se dedicaba "nuestro" consul que, por lo demás, apenas sí tenía tiempo para atender a los bolivianos.

Y es que nuestros consulados han estado (en algunos casos todavía lo están) a cargo de extranjeros que se los han comprado. Y no exagero con este verbo. ¿O no se acuerdan del caso de "nuestro" cónsul en Hong Kong, el del lío de los pasaportes?

Bolivia, según estimaciones periodísticas, tiene actualmente en funciones menos de un 30 por ciento de diplomáticos de carrera y es aterrador lo que el canciller Javier Murillo de la Rocha ha dicho en el programa De Cerca de que si se enviara a todos los que son al exterior, la cancillería se quedaría sin personal.

Con toda la escasez que pudiera haber, pienso que en el país hay gente capaz y decente para representarnos mejor de lo que estamos. No quiero repetir aquí las perlas que cita el profesor Francisco López B. (Bolivia en el exterior) publicado en La Razón (El Debate de los Lectores) la semana pasada.

Lo que ocurre ahora no es nuevo. Viene desde tiempos lejanos porque nuestros gobernantes consideran el servicio exterior no como tal, sino como un medio de prebenda a amigotes, familiares, conmilitones o como el "dulce destierro" de eventuales opositores o incómodos políticos.

Por eso es que la imagen del país en el exterior rueda por los suelos en manos de los borrachitos, incapaces y corruptos.

¿Se acuerdan de aquél embajador que allá por 1953 fue detenido en Buenos Aires por orinarse en la calle?

Según publicó la prensa, en la comisaría le preguntaron por qué lo había hecho y nuestro embajador se justificó diciendo que había ido a un cóctel...

Y el policía, sarcástico, le dijo que felizmente no habia ido a una cena...

Así era, así es...