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Miércoles 19 de mayo de 1999


BOLIVIA: LOS REGALOS A LAS AUTORIDADES

Por Hernán Maldonado


Miami – El presidente Hugo Bánzer Suárez anunció el viernes pasado en Tiawuanaku: "Voy a seguir recibiendo regalos de los pobres, aunque tenga que violar la ley".

Tan singular afirmación sobre el respeto que le merece nuestro ordenamiento jurídico ha causado sorpresa en los que creen que las leyes deben acatarse, no violarse. Según el artículo 147 del Código Penal, es delito el que un funcionario público reciba regalos cuando de este hecho se produce un "beneficio indebido".

Lamentablemente no hay una ley que establezca qué ha de considerarse un regalo de ricos o pobres, las cuantías, cómo ha de mensurarse o cómo ha de probarse el "beneficio indebido", del otorgante o del recipiente. Por esto, nadie, absolutamente nadie, desde que existe el famoso artículo, ha sido condenado por esa causa.

Lo que se impone es una ley reglamentaria de ese artículo para que en Bolivia, como ocurre en otros países, se establezca claramente qué ha de considerarse un regalo apropiado, cuándo éste ha de quedar en propiedad del recipiente o ha de pasar a engrosar el patrimonio nacional.

Regalos a los funcionarios públicos han existido desde que el país es país. Esa joya que las damas potosinas colgaran del pecho del Libertador Simón Bolívar en testimonio de gratitud por habernos legado una patria, todavía hoy orna el pecho de nuestros mandatarios.

El presidente Víctor Paz Estenssoro, pocas semanas antes de terminar su primer gobierno, autorizó se exhibieran los regalos que había recibido desde abril de 1952. Todo el vestíbulo del Palacio de Gobierno quedó pequeño para esa gigantesca muestra de tallados en cerámica y maderas preciosas, tejidos e hilados, y orfebrería en oro 18 y plata 900.

Como no han quedado rastros de esa enorme riqueza, habrá que deducir que Paz Estenssoro los obsequió a su vez o los vendió. Doloroso pensar que hubiera sido así, porque esas joyas, en su hora, fueron entregados por sus donantes tanto con el corazón como exprimiéndose los bolsillos.

En nuestro país, con honrosas excepciones, los regalos a los funcionarios públicos siempre han buscado una contraprestación. En casos menos graves han sido el medio por el cual los "llunkus" han quedado bien con el jefe a costa del bolsillo ajeno.

Recuerdo aún mi breve pasantía como empleado del Ministerio de Trabajo. Sin pedir la opinión a nadie, nuestro jefe de personal, en connivencia con los otros jefes de secciones, había decidido que todos debíamos hacer una cuota para obsequiar "un recuerdito" e invitarle al ministro, que cumplía años, a un ágape en el Club 21 al que, por supuesto, sólo asistieron ellos.

Esa pésima "tradición" no se ha perdido y funciona en toda la geografía nacional y los recipientes de los "agasajos y los recuerditos" parecen no caer en cuenta que las grandes mayorías viven con 3 pesitos al día, como acaba de establecer una encuesta nacional.

Tan vigente es esta tradición que hace un año el mismísimo comandante de la policía, general Ivar Narváez regaló al presidente Bánzer un jueguito de tres elefantitos de bronce a un costo de 5,000 dólares, supuestamente recolectados entre el personal que no tiene donde caerse muerto, al punto que en Santa Cruz los policías han sido advertidos que deben comprarse las armas con su propio peculio.

El mismo Narváez había regalado al ministro del Interior, Guido Nayar, una réplica de la Venus de Milo a un precio de 8,000 dólares, aunque el vendedor alega que se trata de sólo 2,500.

Y aquí es donde entra el asuntillo ese del "beneficio indebido".

Cuando Narváez asumió el cargo se enorgulleció del pasado dictatorial de Bánzer y no hubo ningún superior que lo llamara al orden por refocilarse de un pasado de endeudamiento brutal, sangre, cárcel, persecución, destierro y muerte.

Hace un par de meses Narvaez fue acusado por el director de la Mutual de Seguros de la Policía (Musepol), coronel Freddy Zabala, de incitar a malversar fondos de la institución. El ministro del Interior nombró hasta tres tribunales de honor para conocer el caso. Sólo cuando la presión era insoportable es que Narváez decidió pedir licencia del cargo. El último tribunal de honor, conformado a gusto de Nayar, lo eximió de culpa.

Hace dos semanas, Narváez volvió campante a su cargo.

Sin embargo Zabala volvió a acusarlo. Esta vez de haber manipulado un documento en el que aparecía humillándose cobardemente ante Nayar y de no haber cumplido un "pacto de caballeros" por el que se enterraba, o poco menos, el caso de las incitaciones a delinquir en Musepol, acuerdo que sirvió de base para que el tribunal de honor no lo declarara culpable.

Narváez ordenó su arresto y Zabala, temiendo por su vida, entró en la clandestinidad. Como las evidencias contra Narváez alcanzaron el tamaño del estadio Hernando Siles, entonces, y sólo entonces, renunció al cargo este lunes, mientras los receptores de los elefantitos y la Venus de Milo todavía estudiaban qué hacer con él.

En el fondo, pienso que hay un problema de ética más que legal. Ya el dicho popular lo dice: "de las limosnas caras, hasta los santos desconfían".

Habría sido edificante para nuestra joven democracia, que el general Bánzer y el ministro Nayar, apenas enterados del orígen de los fondos para los regalitos, los hubieran devuelto y no aparecer a los ojos de la opinión pública como los "padrinos" del general Narváez.

Pero no. No ocurrió así y aparentemente no ocurrirá. Seguirán aceptándose obsequios de los pobres, de esos que viven con tres pesitos al día, aunque los beneficiarios tengan "que violar la ley"...