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LA HERMOSA TAREA DE INFORMAR
El siguiente artículo fue escrito para la edición de agosto de Bolivian
Press, periódico mensual que se edita en Nueva York.
A los efectos prácticos, el saberlo conduciría quizás a promover con
mayor énfasis su decisión de mantener vigentes sus derechos ciudadanos,
como el de ejercer el voto en las elecciones nacionales, y quizás hasta
promover una legislación que reconozca, por práctica, la doble
nacionalidad.
Entretanto, nunca se sabrá a ciencia cierta cuántos bolivianos conforman
la diáspora. Ni siquiera se tendrá una idea de si realmente el país ha
sido víctima de la fuga de cerebros o si efectivamente son bolivianos
los más disciplinados mineros de Chuquicamata o los zafreros de Jujuy y
Tucumán.
A nuestra clase política parece importarle poco el boliviano residente
en el exterior. Con alguna excepción, acérquese usted a cualquiera de
nuestras embajadas o consulados en el exterior y será tratado poco menos
que como un extranjero.
A los que dejamos un día la patria buscando mejores horizontes se nos
hace difícil el retorno. En lugar de facilitarnos las cosas, nuestras
autoridades y hasta nuestro entorno parecen empeñados en vernos como a
foráneos. Y ni qué decir cuando por un largo tiempo hemos adquirido
hasta otro acento en el hablar.
A pesar de todo, el sentido de patria, el amor a lo boliviano, el calor
a lo nuestro vive con nosotros, palpita en lo más hondo de nuestro ser.
Uno puede cambiar de apellido, de posición económica, de estado civil,
de religión o ideología, lo que no cambiara nunca es su bolivianidad.
Y es que ésto está más allá hasta de la nacionalidad. Hace años conocí
en España a un compatriota que salió exiliado en los años 50. Cuando
conversé con él tuve la impresión de hacerlo con un catalán de pura cepa
por su pronunciamiento gutural de la g.
La última vez que fue a Bolivia fue en 1964 tras la caída del tercer
gobierno de Víctor Paz Estenssoro. No demoró mucho en desilusionarse y
volver a España. Cuando lo conocí, hacía 30 años que no había ido a
Bolivia. No quería saber más nunca de Bolivia.
Uno de esos días conocí a su esposa española y me reveló que el amigo
ciertamente había “borrado de su mente a su país de orígen”, pero antes
había tenido el cuidado de enseñarle a hacer chuño en el refrigerador
para el fricasé o chicharrón de todos los sábados en su espaciosa
mansión de Barcelona.
Y es que Bolivia lo puede sacar a uno, pero uno no puede sacarse a
Bolivia. Así de simple.
Justamente estos días en Malmoe, Suecia, se produce un encuentro de
bolivianos residentes en Europa por décimo año consecutivo. Cada uno de
esos encuentros, de una semana de duración, ha sido un éxito rotundo.
Este año se pensaba en una asistencia de 400 personas y el entusiasmo es
tal que se cree que se duplicará esa cifra.
Durante una semana los compatriotas se reúnen en conferencias, en
campeonatos de fútbol, de cacho, sapo. Hay una entrada de carnaval;
bailes todas las noches, y todo coronado con una cocina en la que
durante el convivio uno puede darse el gusto de platos tales como la
sajta tarijeña, el popular pique a lo macho, la ranga ranga, los
picantes en todas sus manifestaciones y por supuesto las salteñas de
toda clase.
La organización de que hacen gala estos grupos de compatriotas en Suecia
y en otras partes del mundo habla a las claras del potencial boliviano.
Pero la vida fuera de las fronteras de nuestra patria no sólo son
bailes, comidas, sino también el cultivo del conocimiento. No hay nada
mejor que un individuo bien informado. En el epílogo del siglo, la
maravilla del Internet hace que tengamos la facilidad de estar más cerca
de Bolivia todos los días.
Pero tampoco basta. Nada sustituirá a la información impresa, al libro.
Por eso vale resaltarse el notable esfuerzo del compatriota, el
ingeniero Rubén Gosálvez, de sacar a luz The Bolivian Press, el dairio
mensual llamado a acentuar los vínculos que nos unen a los bolivianos en
el exterior y al que gustoso le brindo mi apoyo.
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