Tierra Lejana-- Página de Hernán Maldonado




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Domingo 9 de octubre del 2005


LA NIÑA SIN ZAPATOS

Por Hernán Maldonado

Valery Saavedra Lozada tiene apenas cuatro años, es boliviana y huérfana de madre. Sus abuelos luchan por tenerla para sí. El padre reclama a su hija y tendría todo el derecho del mundo si no fuera porque está encarcelado.

El drama que ocupa estos días prominentes lugares en la prensa estadounidense, comenzó hace pocos días en Queens, un distrito neoyorquino donde Valery fue hallada deambulando descalza en el medio de una noche otoñal.

Horas antes había sido abandonada allí por César Ascarrunz, el conviviente de su madre Mónica Lozada, de 26 años de edad a quien supuestamente asesinó renunciando a su juramento hipocrático.

La policía neoyorquina apeló a la televisión para hallar a los familiares o conocidos de Valery y se encontró con el asesinato de su madre al arrestar a Azcarrunz quien admitió el crimen, aunque ahora lo niega.

Como el cuerpo del delito no había sido encontrado hasta el jueves, Azcarrunz, asesorado por un abogado listo, se retractó de sus declaraciones iniciales. Quizás de poco le valga porque lo que parece ser el cadaver de Mónica Lozada ha sido encontrado en un depósito de basura en Pensilvania. Sólo falta el informe forense.

Cuando la pequeña Valery fue mostrada en televisión, sin saber aún nadie que era huérfana, le preguntaron cómo era su mamá: "Es como una princesa", dijo la pequeña. De ahí en más, la simpatía por la menor fue como una bola de nieve.

Desde el famoso The New York Times hasta lo menos renombrados diarios del país y del mundo refirieron la triste historia de Valery. Fue la noticia principal de la semana en las cadenas hispanas de Univisión y Telemundo.

Simplemente era irresistible no rendirse al encanto de una menor que veía a su madre como una princesa. Aun antes de que sus familiares la reclamaran, un millar de parejas estadounidenses mostraron su interés en la adopción.

La vida de la joven madre ha sido reconstruida por los medios. Así se sabe que era secretaria de profesión y que entró de ilegal con Valery a Estados Unidos el 2001, aunque el padre, Juan Carlos Saavedra, era residente. Les nació otro niño, Juan Carlos, hoy de tres años.

Vivían en el sur de California, pero un día Mónica desapareció con Valery y la madre del esposo, Ana María Rivera, regresó a Bolivia con el bebé de un año, en tanto Juan Carlos Saavedra buscaba a su mujer y su hija hundiéndose en el falso consuelo que dan las drogas.

Detenido en Bolivia, el esposo fue encarcelado no sólo por consumidor, sino por traficante y desde allí ahora reclama la tenencia de la niña para unirla con su hermanito.

Dados los antecedentes jurisprudenciales del caso Elián González, las autoridades estadounidenses no tendrían excusas para darle la custodia de la niña, pero el gran problema para Saavedra es el motivo por el que está encarcelado.

Así las cosas, aparentemente la lucha se circunscribirá a los abuelos paternos y maternos, todos de limitados recursos como para darse el lujo de buenos abogados.

La tragedia de estas familias bolivianas ha calado hondo. Más allá del asesinato, o la indefensión en que se encuentra ahora Valery, está la tragedia que significa salir de Bolivia en busca de nuevos horizontes para miles de bolivianos que no encuentran en el país las oportunidades que debieran para progresar, para realizarse. Quizás por esto es que tendríamos que llorar más.





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