Buenas y malas palabras




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Domingo 17 de junio 2012


BUENAS Y MALAS PALABRAS

Por Hernán Maldonado

Hace algún tiempo me sorprendí al descubrir que en Venezuela proliferó el uso de las malas palabras. En cualquier reunión familiar hasta las mujeres utilizan términos por los que en otros tiempos las abuelas nos mandaban a lavarnos la boca con jabón.

Me resistí a creerlo, pero me dijeron que las popularizó el presidente Hugo Chávez. "Y es que él habla el lenguaje del pueblo. Por eso lo quieren", fue la explicación. Incomprensible.

Poco antes de que Chávez asumiera el poder hace 14 años, un hombre de elevada cultura, autor de libros memorables y uno de los mejores intelectuales venezolanos, decepcionado por los políticos, convocó a una "marcha de los pendejos".

Ya no recuerdo si se realizó esa marcha hasta el Palacio de Miraflores, pero miles se acuerdan del gran Arturo Uslar Pietri, no por sus novelas y sus sensacionales programas culturales en la televisión, sino por el uso de la palabrita.

Pero lo que Uslar Pietri quiso denunciar es que los venezolanos son tomados por tontos (3ra acepción de la palabra, según la RAE) y por eso había que protestar. De ningún modo el intelectual quiso poner de moda nada.

Pero la palabrita no sólo que se popularizó, sino que ha sido superada por otras desde la más alta tribuna presidencial. Chávez en sus discursos por cadena nacional se refiere a los "yanquis de m…" y les ordena: "¡Váyanse para el c…" En su opinión su derrota en el referendo del 2007 fue una "victoria de m…"

Son irrepetibles los adjetivos que lanzó contra dignatarios extranjeros como George W. Bush, Vicente Fox. Alvaro Uribe Vélez, Condolezza Rice, José Miguel Insulsa, Alan García, José María Aznar, prelados de la Iglesia Católica venezolana, etc.

Su lenguaje cuartelario no ahorra epítetos contra sus opositores políticos a los que gusta ponerles apodos grotescos (frijolitos, pitiyanquis, etc). A su actual oponente para las elecciones del 7 de octubre, Henrique Capriles Randonski, lo llama "majunche" (poca cosa).

La devaluada majestad presidencial a través del lenguaje es contagiante. Lo pude comprobar en marchas opositoras. Miles de hombres, mujeres y niños coreaban groseramente en las calles: "Hugo, huguito, aprieta ese c…"

Capriles Radonski en los últimos días ha hablado ante multitudes delirantes en una media docena de ciudades importantes de Venezuela y en un par de ellas, quizás al calor del fervor popular, se le salieron algunas palabrejas.

Como ocurrió aquella vez con lo dicho por Uslar Pietri, la mayor parte de la prensa optó por ignorarlas en una muestra de que Venezuela está cansada de 14 años de insultos y groserías propias de cantinas militares.

El país está agotado del lenguaje vulgar e hiriente y quiere retomar los valores familiares que se truncaron con el ascenso al poder de un hombre de verbo procaz al que le importa nada con tal de mantenerse en el poder.