Tierra Lejana-- Página de Hernán Maldonado




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Martes 6 de marzo del 2001


OTRO ASESINATO EN EL MISTERIO

Por Hernán Maldonado


El domingo 11 de febrero el gobierno, encabezado por el presidente Hugo Bánzer Suárez, acudió compungido al sepelio de Alfredo Arce Carpio, horas después de que oficialmente se informó que el ex poderoso ministro del Interior había dejado este mundo de “muerte natural” provocada por un estado de coma diabético.

Las autoridades formularon el anuncio basándose en el informe del médico Raúl Caballero Arancibia, autor de la autopsia, quien precisó que el cuerpo del occiso “no presentaba signos que hagan presumir infarto”.

Unas escoriaciones en el rostro y una hemorragia nasal, fueron interpretadas por el galeno como producto de la caída que habría sufrido Arce Carpio al sucumbir al coma diabético.

Pero había un puñado de interrogantes a responderse, entre ellos, ¿cómo es que a Arce Carpio, acostumbrado a no traspasar las fronteras de los barrios de la aristocracia paceña, se le ocurrió ir a morirse al Pasaje Azcui del proletario barrio de Callampaya?

Ahora, tres semanas después la Policía Técnica Judicial (PTJ), echa por tierra el informe gubernamental al establecer no sólo que Arce Carpio fue asesinado, sino que su muerte se produjo por asfixia y de paso entrega a la justicia a Marcos Alexis Gemio, como uno de los sospechosos del crimen.

La pregunta subsiguiente es ¿se sabrá la verdad de lo sucedido? O es que este crimen se quedará en el misterio como los que les costaron la vida a los esposos Alexander, a Otero Calderón, a Jorge Soliz y más recientemente al aduanero Velasco en Cochabamba.

Conocí a Arce Carpio como estudiante de Derecho en la Universidad Mayor de San Andrés. Más bajo que alto, ligeramente rubio, le gustaba pasearse siempre con gruesos libros bajo el brazo. Contados eran sus amigos por sus alardes de superioridad intelectual. Cuando conversaba, le daba un especial matiz a su voz como si poseyera la verdad universal y sus conceptos y opiniones fueran irrebatibles.

Por aquellas épocas transitó las calles de la Democracia Cristiana, pero al egresar rápidamente se vinculó a la empresa privada y desde allí conspiró y por eso no fue extraño que apareciera rápidamente como el ideólogo de la dictadura de Banzer en los años 70.

En la cúpula gobernante de la época, el coronel Andrés Selich -- brazo derecho de Bánzer --, se creyó con el derecho de gobernar. Empezó a conspirar y rápidamente cayó en desgracia y el ministerio del Interior le fue encomendado a Arce Carpio, en lo más duro de la represión dictatorial.

Fue la época en que “Alfredito”, como le conocíamos en la Universidad, desconoció incluso a sus amigos y soberbio salía y entraba a su despacho con la cabeza en alto y apartando con las manos a madres, esposas e hijas que clamaban por sus seres queridos que agonizaban en los campos de concentración de Viacha, Chonchocoro y Achocalla.

Las malas lenguas aseguran que Arce Carpio gustaba de llevarse “trabajo a la casa”. Sea como sea, resulta que un día de esos apareció asesinado en su propio domicilio el coronel Selich. Cuando le hicieron la autopsia encontraron que al ex comandante de los Rangers le habían reventado el hígado a patadas.

Quienquiera haya sido el culpable (tampoco se supo nunca), a Arce Carpio no le quedó más remedio que renunciar. Entonces se acabó aparentemente su carrera política, aunque desde las sombras continuó asesorando a Banzer y fue el partero de Acción Democrática Nacionalista.

En septiembre de 1988 se le sindicó de tener vínculos con el narcotráfico luego que los medios televisivos divulgaron un vídeo en el que el ex ministro aparece saludando a Roberto Suárez, en la antesala de lo que era una exclusiva recepción brindada por el “Rey de la Cocaína” de Bolivia en esos años.

Tampoco el incidente apartó a Arce Carpio de su cargo de asesor, entre bambalinas, de Bánzer Suárez y hay indicios de que hasta semanas antes de su muerte prestaba a éste valiosos servicios en gestiones judiciales del actual gobierno.

La oscura muerte de Arce Carpio reclama una investigación más profunda y nadie debe conformarse con apelar al viejo dicho de que “el que a hierro mata, a hierro muere”.





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